Eric McCormack, Economista británico (visto en este artículo de Francisco G. Basterra en El País).
Hace unos cuantos años, cuando nos sonreía la fortuna y nos creíamos ricos a crédito ajenos al precipicio final, una importante marca de cervezas tuvo una buena idea. Inundó las ciudades españolas con grandes carteles con la exhortación: ¡este verano, sé feliz! Al regreso de la fugaz estrella vacacional, en la que los resultados nunca están a la altura de las expectaciones, los creativos preguntaban: ¿has sido feliz? Este verano febril la publicidad no se ha atrevido a repetir la idea. Lástima, porque a pesar de la apisonadora que nos está laminando, los humanos tenemos una enorme capacidad para separar la vida personal de los acontecimientos públicos, por mucho que estos parezcan calamitosos. En los pasados 45 días he recordado la novela histórica de Barbara Tuchman Los cañones de agosto. 31 días de 1914 que cambiaron la faz del mundo (Círculo de Lectores). Se trata del minucioso y apasionante relato del primer mes de la Gran Guerra que cambiaría el mundo. No hay que exagerar y tiene razón Jean Baudrillard cuando se refiere a la "huelga de acontecimientos", al decaer de los acontecimientos verdaderamente históricos, sustituidos por otros menores que los mass media engrandecen con entusiasmo. Lo que nos ha pasado este verano, por supuesto continuando sin saber lo que nos está pasando, reclama una nueva crónica historiográfica a la altura de la de Tuchman. La centrifugación a la que está sometida el mundo y nosotros con él, como si giráramos en el tambor de una lavadora, nos impide separar el grano de la paja y sedimentar lo que ocurre.
Hemos visto estupefactos cómo Estados Unidos perdía una vocal, de triple AAA a AA+, cuando Standard & Poor's, una de las tres grandes brujas calificadoras, rebajaba el crédito de la todavía primera potencia mundial. La superpotencia estuvo al borde de la quiebra por la insania generada por la polarización ideológica y la brutalización de la política, reflejada en el ascenso de los lunáticos del Tea Party que amenazan seriamente la reelección del presidente. Obama yace en tierra despojado ya de su anterior traje de Superman y no es percibido como un líder fuerte. Su inclinación al compromiso es vista como un factor negativo y su racionalidad académica choca con la simpleza en la que se ha instalado el debate político en Estados Unidos cuando arranca el año preelectoral. Desde Washington se proyecta una imagen de pérdida de poder e influencia del país. Sin embargo, la deuda estadounidense, a pesar de la degradación de la nota, sigue siendo buscada por los inversores que la atesoran aun con rendimientos más bajos. China, que tiene su casa sin barrer, se ha permitido darle un tirón de orejas a Washington, su principal deudor, advirtiéndole de que no puede seguir viviendo por encima de sus posibilidades. La Casa Blanca envía a Pekín al vicepresidente Biden, que ofrece "equilibrio" a su gran antagonista preocupado por la inestabilidad, y advierte de que Estados Unidos no ha perdido su supremacía. Una década después de la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, Washington se apresta a cerrar las guerras del 11-S, Irak y Afganistán, para levantar el país y centrarse en la reconstrucción interior.
El verano ha confirmado la irrelevancia de Europa y la inanidad de sus líderes, a pesar del intento del dúo director Merkel-Sarkozy y la nueva cortina de humo lanzada sobre la crisis de la deuda. Los países hasta ahora centrales van dejando de serlo. Hemos sabido que no podemos seguir manteniendo las políticas de cohesión social y vemos que peligra el Estado de bienestar sin que los socialdemócratas hagan algo por evitarlo. Los mercados rampantes someten al poder político, el caso de España es un buen ejemplo. Los ricos, encabezados desde Estados Unidos por Warren Buffet, el oráculo de Oklahoma, piden pagar más impuestos, para que este no pague menos que sus empleados. Le siguen los potentados de Alemania y Francia, mientras el PSOE terminal amaga con un impuesto a las grandes fortunas en un melancólico intento de salvar muebles electorales. En Londres, en la democracia más antigua del mundo, hemos visto las revueltas del no futuro, en forma de nihilismo y vandalismo puro y duro. "Estamos viviendo un tira y afloja para ver con cuánto es capaz de conformarse la gente, hasta qué punto acepta una reducción de su nivel de vida para que las élites puedan mantener el suyo", en opinión del profesor británico de economía, Eric McCormack.
Con todo el foco puesto en los recortes presupuestarios, la economía estancada y el paro en aumento, ¿hay alguien que tenga una receta para crecer y crear empleo? Nos dicen que no existe una panacea universal ni soluciones fáciles. Sin mapa de ruta, el centrifugado y la confusión nos seguirán acompañando en el otoño. A pesar de ello, sean felices.
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